SoLeDaD
Aquella tarde, como siempre, se hallaba sentada observando el dulce repiqueteo de la lluvia sobre el cristal. Nada la consolaba tanto como aquel continuo son. Nadie más le hacía tanta compañía en su eterna soledad. Fuera, las calles mojadas formaban ríos de ilusión, llevándose en cada gota, en cada lágrima, una pequeña porción de su vida, de su única compañía. Admiraba aquella lluvia que de tarde en tarde acompañaba su cansado cuerpo que cicatrizaba sobre aquella vieja butaca. En esos momentos podía olvidarse de todo, incluso de si misma. Cerraba los ojos y allí se quedaba durante horas, disfrutando de cada segundo en que la vida parecía detenerse. Sus facciones, marchitas ahora, su mirada ausente, su cansada voz... gritaban dolor, lloraban soledad y sangraban por cada uno de sus poros mezclándose con el río de lluvia que hacía ya rato bajaba la pendiente hacia la plaza del pueblo. Por eso le gustaba el llanto del cielo, que sangraba por cada herida abierta, que gritaba en cada roce y descargaba en soledad su pena... igual que ella... Por eso cada tarde se sentaba junto a aquella ventana. Por eso cada tarde moría un recuerdo más de su vida.
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